Desde hace mucho tiempo, se afirma que está en crisis. Se copian modelos, que han fracasado en otros lados, o se pretende imitar aquellos que han sido exitosos en otras geografías, pero que están destinados a fracasar si se los implanta sin tener en cuenta nuestra idiosincrasia. La mayoría coincide que es la base del progreso, que hace libre a una persona, que mejora las relaciones humanas. “Tan sólo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él”, sostenía el filósofo Inmanuel Kant.
Hasta el miércoles pasado, en la Universidad Nacional de Tucumán el eje de la discusión pasaba por si el ingreso a esa casa de estudios debía ser irrestricto en todas las carreras. Ese día, la Asamblea Universitaria aprobó el artículo 97 que se añadirá nuevo Estatuto, que ahora coincidirá con la modificada Ley de Educación Superior Nº 24.521, en la que se consagró el principio de ingreso libre e irrestricto. Se reavivó entonces el debate que había surgido en octubre de 2015 cuando se modificó la norma nacional: ¿qué harán algunas facultades, como la de Medicina, que tienen cupos y exámenes de ingreso eliminatorios? ¿La UNT cuenta con la infraestructura edilicia y humana (docentes y empleados administrativos) para responder a los nuevos requerimientos? ¿Qué sucederá con las carreras en las que ingresaban 240 alumnos y ahora tendrán más de 1.000?
La rectora dijo que cualquier extra presupuestario deberá solicitarse a la Nación porque se necesita infraestructura humana y edilicia. “Las facultades vinculadas con la salud son las que necesitan más adecuación para el ingreso. El alumno del secundario viene preparado de manera muy asimétrica... En las carreras de la salud, sólo por dar un ejemplo, se trabaja en laboratorios desde el primer año, por eso la adecuación es central”, afirmó.
Si bien el acondicionamiento de infraestructura es esencial para afrontar estos cambios, tal vez el eje de la discusión debería pasar por otro lado. Deberíamos debatir y definir, por ejemplo, acerca de la educación que queremos. Si el objetivo es la calidad educativa, todo lo que se disponga en consecuencia debería estar orientado en esa dirección. Habría que pensar en cómo lograrla desde el inicio, es decir desde la escuela primaria. La realidad muestra que si esta es deficiente, la secundaria no será muy diferente y se llegará a las puertas de educación superior en pobres condiciones. En los resultados se reflejan las virtudes o defectos del sistema. Se informaba en 2012 que el número de graduados de la UNT -según sus propias estadísticas- no había parado de caer desde 2003. Aquel año egresaron de las 13 facultades 2.242 profesionales; en 2011 lo hicieron 1.791: es decir, un 20% menos. ¿De qué serviría si en la carrera de abogacía, por ejemplo, hubiese 4.000 alumnos y se graduaran 60 por año? ¿Cuánto dinero gasta la sociedad en aquellos que continúan durante años en una carrera universitaria y en los profesores que enseñan a desgano o que no cumplen con sus obligaciones?
Si el objetivo es lograr la excelencia educativa deberán buscarse estrategias y mecanismos para lograrla, comenzando por la capacitación docente adecuada en todos los niveles educativos, con una exigencia constante de superación. El Estado debe velar para que todos tengan la posibilidad de estudiar en la universidad y brindarles las herramientas adecuadas; si la exigencia es alta, se producirá una decantación natural y seguramente, seguirán en carrera aquellos que verdaderamente deseen estudiar y recibirse. Sin estudio ni esfuerzo, difícilmente tendremos profesionales idóneos. Se trata de nivelar hacia arriba, no hacia abajo.